Esta pequeña postal se lee mejor con esta canción de fondo…
La primera vez que mi corazón infantil comenzó a latir de un modo distinto. La vez primera que, aquel niño que fui, dejó por un instante sus clicks de Famobil y entendió que, algo extraordinario estaba ocurriendo en su interior.

Esa primera vez. Esa y no otra. Ninguna otra. No existen dos primeras veces en la vida. Ni en la muerte. Ni en nada, maldita sea. En nada.
Esa primera vez, fue ella.
Tenía seis años y mi mundo cabía en el hueco de la palma de la mano de mis padres. Y es que el universo, en esa época, se resumía en ir al colegio público Atenas, aprender algo y soñar mucho. Y eso hacía. Soñar. Soñar siempre.
Primeros años de EGB.
Aún me recuerdo a mí mismo en aquella clase. Septiembre de 1980. Primero de EGB, rodeado de nuevos niños y niñas. Sí, todos del barrio pero, ¿a quién iba a conocer yo con 6 añitos? Todo lo miraba con curiosidad y miedo.
Pero allí, sentada en aquella clase. En aquel, ya desaparecido, colegio, estabas tú. Con tu dulce carita, tu sonrisa cariñosa y tus pómulos sonrosados. Qué bonita estabas, Marichu… María Jesús Pérez Castillo.
Los recreos jugando al rescate, soñando con ser el rescatador, los días de gimnasia jugando al pañuelo, tratando de pasar desapercibido para todos, pero no para ti.
Recuerdos.
En mi vida profesional he aprendido que los recuerdos se almacenan en la corteza prefrontal, pero en mi vida íntima he sabido que no es verdad; que se almacenan en el corazón y así pueden circular durante toda una vida por cada vaso de tu cuerpo. Por eso hay personas que nunca se marchan, porque siguen empapando cada centímetro de ti a pesar de la pátina gris que el tiempo trata de dejar sobre cada recuerdo del pasado.
¿Qué habrá sido de Marichu?
Más de una vez, tomado de la mano de la ternura y la melancolía, me pregunté, ¿qué habrá sido de ella?
Y hace no mucho, la existencia me respondió con una bofetada. Seca, contundente, fría y brutal. Como lo son todas las bofetadas que propina esa cochina enfermedad. Maldito seas cáncer, hijo de puta…
Marichu, la niña a la que todos los niños adorábamos, la chica que, con su luz iluminó mis primeros sueños… Mi primer latido de amor, había fallecido. Algo pequeñito y delicado se ha quebrado dentro de mí. Supongo que es un pedacito de aquel corazón infantil. Qué frágil es el amor de un niño y qué áspero el sentir del adulto.
Ya no estás…
El 13 de mayo de 2020 abandonaste esta estupidez en la que nos empeñamos el resto. Y, como el ángel que siempre fuiste, volaste libre de las ataduras del día a día. Ahora sé que descansas en el recoleto cementerio alemán de Vilich-Müldorf. Allí, a casi 1800 kilómetros del colegio en el que fuiste reina de corazones de tantos niños, reposa el tuyo que tanto amor acumuló y regaló. Para los que te quisieron seguirás viva, y cada 11 de marzo recordarán tu nacimiento con el mismo amor de siempre.

Hoy me atrapó el pájaro negro de la tristeza. Un día, lejano en la memoria pero cercano en el recuerdo, mi corazón latió por ti y ahora sé que, el tuyo, ya no volverá jamás a palpitar en tu pecho. Hoy, no he podido remediar volver a pasear por la puerta de tu casa. Ese portal que nunca me atreví a franquear. Pero sí lo soñé. Tantas veces dormido como despierto. Y, por un momento, me ha parecido verte entrar, divertida, cariñosa y tímida.
Marichu, el alma me ha confesado un secreto: un día nos volveremos a ver. Lo sé. Y ahí estará la infortunada Hortensia, que también nos precedió y la dulce Alexandra, que también marchó demasiado pronto. Ese día llegará, Marichu. Y entonces te diré lo mucho que me gustaba tu estuche rojo. Y tú.
Que bonito y que precioso,en su memoria y en su recuerdo. No se me ocurre mejor manera de decirlo. Algo de nuestro corazoncito muere,junto a las personas que amamos y quisimos. Y aún así,la vida..sigue latiendo .